
Cuando Federico García Lorca fue la víspera del día 13 de julio de 1936 al despacho de José Bergamín y no lo encontró, le dejó una nota manuscrita: “He estado a verte y creo que volveré mañana”.
Mañana fue nunca.
El poeta partió a Granada pocos días antes de que estallara la guerra. Creyó, inocente, que allí se encontraría más seguro.
Lo que le dejó a su editor encima de la mesa en la redacción de la revista Cruz y Raya fue el original manuscrito, mecanografiado, ordenado por partes y estructurado en 35 poemas y 10 secciones de lo que acabaría siendo una obra maestra que cambiaría para siempre la literatura: Poeta en Nueva York. El resto de la historia es conocida; Lorca murió, el original pasó por toda clase de vicisitudes y nunca, hasta ahora, se había publicado en el orden indicado por su autor.